Tarde noche a la salida del estadio colmado de pasado y pañuelos.
Saludando alrededor, caminata asintótica, sonreír de la causalidad -esperada-.
El color que predominaba era el gris, gris ambiente y cemental.
Por dentro una mujer abandonada con sus hijos, bien acomodados, pestañaban sus cuatro ojos, dos de los cuales pertenecían normalmente al rostro y eran color celeste muy agua. Los otros salían desde arriba de la cabeza, en donde -como si ella se lo hubiera comido- emergía el rostro de un hombre calvo de ojos huevo celestes.
Los hijos tenían esa misma característica, pero al diferenciarlos por edad, en algunos no estaban completamente abiertos ese segundo par.
La luz roja-verde de la ambulancia me hacía querer acelerar.
Te buscaba sabiendo que no estabas ahí.
Muchas caras.
Quizás por tu huida de la tarde.
Rostros fugaces
Quizás porque repetís historias sin conocerlas.
Debe ser por tu-ese pasado.
Cuando camino en sueños la liviandad es mayor.
Dándole más espacio a la maraña cerebral.
Es que las conexiones se realizan de una manera asombrosamente rápida, las soluciones son evidentes y el entorno caótico es bañado de lluvia constante y fina.
Mujeres demarcadas de ropas y peinados que siempre las signaron.
Mujeres que odian y luchan y sin embargo cayeron subyugadas al ritmo de maletines.
Permanentes de los 80' y ropa de alfombras gruesas de los 60'. Colores rosas, marrones y mucho gris en estampados zigzagueantes que no dejaban ver más allá del calzado negro nacarado que lustrado siempre llevaban.
Me hablaban de nombres.
Yo seguía queriéndote ubicar.
Sé que debías de enterarte de lo que pasaba en la ambulancia.
Aunque algo me decía constantemente que ese halo que ví en la arena alguna vez, ese signante encubierto, se seguía moviendo y manejaba mis hilos muy fuertemente.
Era un títere de Dalila y sus caprichos.
Ella, vestida de violeta, me hablaba con su voz de experiencia, maximizando cada evento, multiplicando los detalles, pidiéndome que dejara mi búsqueda e hilando tan fino mis acciones que desesperadamente le daba conversación, tratándola de convencer de lo contrario.
Ella se perdía entre la multitud.
La arena seguía escurriéndose, mientras ese aparato no me dejaba discar.
Dalila iba y venía.
Se aparecía a su antojo, siempre huidiza, siempre apurada.
Intenté caminar hacia el estadio, pero la multitud que salía me impedía ingresar.
Mucho movimiento.
Basta, o más bien, basto para mí.
Un ataque nervioso me dejó en el piso, sentada con lágrimas dulces de lluvia persistente.
Me habían y había rendido.
El piso era un lugar seguro.De ahí no podía caer.
Un señor se acercó, tiempo después, tendió su mano.
Incorporada, ya sin lluvia y tibiamente acurrucada en una frazada,
escuchó cómo es que llegué al piso, luego de los cuestionamientos de Dalila.
Su sonrisa aparente y conocedora
dijo:
"Ha pasado en el mismo lugar...Dalila pasó lo mismo habiendo oído a Irene".