Visita del Hada

lunes, 30 de abril de 2007


Presurosos dejando veredas viejas y visitas capicúas de costados iluminados atacábamos rumbo al oeste.

Allí estaba y ellos le hacían compañía. Envuelta en rosados y sonante, observaste sus pequeñas y lisas manos, de piel transparente y desvaneciéndote la saludaste.

El gigante azulado empequeñecido había cabido y allí-caído- en sus brazos. Irradiaban ternura. Bolitas brillaban nítidamente a través del espejo armado (en ambos lados).

En su plaza ficticia un equipo la apoyaba y sostenía el último bastón que la ataba a su dolor-amor y cárcel adoptada.

Parece muy firme, pero la suavidad me hizo dudar. Detallista, perfeccionista e incluso muy nerviosa, intentaba sobrepasar la situación (en el fondo aún no ensambla su vida –hoy- luego de tratarse de desempolvar). El desfazaje no es algo temporal, ni generacional.

Ella lo ve con bolitas azucaradas de tanto dolor. (Es increíble como el amor innato hace que tu cuerpo se destruya a sí mismo ante el sentimiento de pérdida o abandono).

Retrocedían (vos especialmente) todo el tiempo y al principio repetían iniciando algo que relativamente formalizaba todo y sé que hubieras querido callarte, pero las otras bolitas expectantes querían más y más, vos complaciente y tranquilo soliviaste al fin las palabras.

El sentimiento resguardado de empequeñecimiento hacía que tus bolitas brillaran más que de costumbre, ella estuvo cuando aún niños, aparecían las piedras que luego irías hallando toda tu vida. El contexto no era alentador, pero vimos después que las diferencias existen.

Tras nuestras barreras romboidales, almidonadas en la superficie_límite y cubiertas de base de un plástico pegajoso y ruidoso de más, pasamos nuestros juegos solos, viviendo aislados del cielo que siempre la cautivaba. La elección no entendida era el motivo de este nuevo amor. Pero nunca era lo mismo. Más que el saber que una cosa no tapa a la otra estaba de fondo el saber propio de que eso hacía la diferencia con el resto, allí cuenta ver el vaso medio lleno, como realmente está.

Estabas prudente, cosa que el león nunca produjo en vos. La diferencia es abismal y te duele que sea así. Las quejas reiteradas son la tos crónica que lo amargo infantil tragó como jarabe diario. En pequeñas dosis te sentiste siempre siendo intoxicado. Luego vos lo harías por tu cuenta y en vistas de un escape aparente de neblina.


Paradójicamente siempre necesitabas sentirte estremecido por su rugido.


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