En la Placita...

jueves, 14 de junio de 2007


Día primaveral en pleno otoño barrido.

Volvemos a la plaza, justo al mediodía.Queríamos aprovechar el calorcito que seduciendonos nos invitaba al juego.

Primero, decidimos revolcarnos en el arenero (ya que a esa temprana altura no sabíamos lo que significaba dejarlo escurrir).Por la vereda, viejas pellizcadoras corrían presurosas con sus changuitos ruidosos cargados de verduras, unguentos y pociones; mientras nosotros esquivamos las cebollas que nos lanzaban directamente a los ojos.
Otras abuelas no son tan malas, pero ocupan (por culpa de botas) todas las cebollas en sus ojos...

Después cuando la arena nos cansa y nos damos cuenta que se nos escurre y molesta-estamos creciendo- corremos rápidamente -ya con nuestros pintorcitos- a la calesita, esperando que alguien más fuerte que vos y yo nos de un envión taaan largo que el mareo sea inevitable. Pero la circularidad perfecta que nos hizo cómplices se termina.

Con algo distinto en nosotros, luego de tanto revuelo, cruzamos justo a donde están los columpios, uno para cada uno, ya acá nos cuesta compartir el mismo espacio.
Alguien nos empuja de atrás, pero no es la misma fuerza que estuvo con nosotros. Ha cambiado y se ha envejecido, mientras nosotros cada vez más deseamos llegar más alto y dar incluso vueltas inimaginadas. Queremos desafiar. En nuestro movimiento describimos sonrrisas.

La plaza está más chica. Aquél lugar que cuando llegamos se nos hacía inacabable, fue agotado luego de idas y venidas, de pisadas y rostros, bebederos rodeados de palomas, charlas de pasantes, el sol se iba inclinando, pero persistía el olor a niño.

Subimos por último al subi-baja, y allí nos encontramos, bajo la misma madera, enfrentados y agarrados de una insípida guía oxidada -seguimos dependiendo de leyes que nos mueven- pero ésta vez somos nosotros quienes las tratan de hacer operar, queremos nuestra propia sensación, sin dejar de pisar el suelo (obviamente aún no estamos listos). Hoy permanecemos allí.

El momento real de irnos llegó, pero sabemos que fue el tobogán y su larga escalinata la que nos hizo reír al final de su bajada cuando sentados quedamos -con los pies en tierra-.

Desde el banco nos observó mamá. Mientras que vos oso, nos seguías en cada juego.
Desde el banco nos observó el oso. Mientras que vos mamá, nos seguías en cada juego.
Ambos nos tomaron de las manos y nos llevaron a casa, una
iuvia ácida asustaba nuestro cielo.

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